domingo, 3 de julio de 2011

Quizá no despertar mañana...


Ayer no tuve tiempo ni ganas de escribir, entre otras cosas porque ni siquiera salí a pasear. Se que no es bueno el sedentarismo pero la verdad es que el día anterior caminé demasiado y aunque hice un alto en el trayecto para escuchar a las palmeras, llegue realmente cansado. Definitivamente he de encontrar un equilibrio entre caminar a diario para mantener la forma en lo posible y esos largos paseos que tanto me fatigan. A veces para estar cerca de otros humanos, camino demasiado tramo cuesta abajo y olvido que después he de subir todo lo que antes baje. Después de tantos años donde las únicas cuestas eran siempre escaleras, el cuerpo se acostumbra a caminar sobre el llano.
Hoy si salí; quería comprar un poco de pan recién hecho. Me gusta comprar el pan calentito. En este desierto no hacen buen pan pero de entre lo malo y lo mediocre prefiero desplazarme un poco más hasta las panaderías (por aquí son tan escasas como los mochuelos) antes que comprar el pan pre-cocido que recuecen y venden en casi todos las tiendas medio grandes con muchos productos para extranjeros.
Hoy si vi a "perro" estaba entretenido con otros chuchos un poco más alejado de su portal (en su casa están de obras), olfateando todas las esquinas y renovando sus marcas de olor. Marcando su territorio. Otra cosa que tenemos en común, a mi también me gusta orinar sobre la tierra, al aire libre. No para marcar el territorio sino para fertilizar la tierra y sentirme útil y libre. Nos saludamos como vecinos desganados, apenas con la mirada y seguí mi camino.
Durante el trayecto hasta la panadería no hice otra cosa que pedir a Allah de todas las formas que conozco y por todos sus nombres que pusiera el brillo de las estrellas sobre mi alma. Que enviase a una Maia para señalarme el camino que debo seguir ahora que he recuperado una parte de mi vida; porque solo, (en todas las acepciones posibles de la palabra) no encuentro fuerzas para resurgir de los escombros de mi vida, de mi soledad. Y en el camino de vuelta a la guarida, hice otro tanto. No puede evitarlo.
Se que El Misericordioso estará seguramente muy ocupado en otras cosas, probablemente en esté incluso en otra era y sobre todo se, porque tengo ojos en la cara y oídos a los lados del cráneo, que hay muchos humanos que tienen más necesidades que yo. Por eso siento altas dosis de vergüenza cuando le pido algo. Pero hoy no pude evitarlo. Porque estaba más desesperado que otros días y quería alejar un pensamiento que se negaba a abandonar mi mente: “si fuese posible, elegiría no despertar mañana...”. Comencé creándolo como una especie de melodía; como el título de algo que debía escribir hoy y terminó siendo una salmodia que mis neuronas recitaban con demasiado convencimiento.
No es la primera vez que pienso en no despertar mañana. Desde antes del día en que pude levantarme de nuevo entre las ruinas de mis vidas anteriores, ha pasado ante mis ojos como una marquesina luminosa en muchas ocasiones. Incluso he llegado a verla en los enormes luminosos de algunos edificios. Como un gran spot publicitario de aquellos que salían el película Blade Runner, que tanto me sigue gustando: “Coca-Cola; elija no despertar mañana”.
Un pensamiento demasiado lógico pero demasiado recurrente incluso para alguien tan desesperado como yo. “Ten cuidado con lo que deseas, porque podría hacerse realidad, recuerdo haber leído hace años. Y en cualquier dirección o sentido que se estudie o se reflexione sobre la frase. Siempre resulta una advertencia, un aviso para navegantes sobre el poder de los deseos, los caprichos del destino y las coincidencias que veces pueden parecerse demasiado a profecías cumplidas.
Ayer leí algo que estremeció un poco los cimientos de mi ya de por si débil estructura física y mental; algo que según escribe y argumenta desde su sabiduría y experiencia en las cosas de la mente (el pensamiento y las emociones) Antonio Damasio, en su libro “Looking for Spinoza”; son la misma cosa. “Terry Pratchett comienza el proceso legal para quitarse la vida. Al parecer el genial escritor padece una variedad “prematura” del mal de Alzheimer desde diciembre de 2007. Él mismo lo anunció en esos días cuando había vivido 60 años. La muerte siempre es prematura.
Ahora, mientras escucho la música escrita por Ludovico Einaudi; en concreto el tema “Melodía Africana”. Ya no deseo no despertar mañana tanto como esta tarde y muchas tardes desde hace demasiado tiempo. Algunas mañanas de finales del año pasado, cuando despertaba al amanecer en aquel lugar tan apartado de todo lo que es deseable; tan lejos de cualquier sentimiento, pero sobre todo, tan lejos del amor. Me sorprendía y me extrañaba estar de nuevo allí, frotándome los ojos. Tal había sido la intensidad con la que había formulado “el deseo” la noche anterior que no hallaba explicación para que no se hubiese cumplido.
No por la música de Einaudi, que merece mucho reconocimiento pero no precisamente por inducir al baile y la alegría desbocada. Esta música no entra en los repertorios de ningún pub o discoteca. A mi me sirve como “un paisaje alrededor de mi alma” mientras leo o escribo. Es como sentarse en un silla en medio del desierto o en el pasillo de un zoco y ver pasar la nada o el mundo entero mientras el pensamiento se renueva y voy reparando en los detalles que no recordaba haber visto la última vez que esta música penetró por mis oídos hasta mi alma, que según la ciencia está muy cerca.
No, no fue por la música. Fue porque en el camino de vuelta a la guarida dos niñas me saludaron sonrientes. No eran las mismas del otro día, estas eran un poco mayores, quizá 13 o 14 años y si, el acento era el mismo: español aprendido en casa al mismo tiempo que el alemán. Se exactamente por qué me saludaron. Llevaban observando mi forma de caminar, mi indumentaria y en general mi aspecto terriblemente ecléctico. Soy terriblemente ecléctico y no me cuesta mucho decidirme por algo, por alguien o un destino concreto; pero me resulta mucho más gratificante decidir seguir siendo ecléctico.
Y entonces cundo llegue a su altura, estaban jugando entre el porche y la ancha acera, se percataron de que aunque mi forma de caminar me obliga a mirar bien donde pongo los pies y parece que deambulo mirando al suelo; yo era plenamente consciente de que llevaban hablando de mi desde que había doblado la esquina de la calle, hacía más o menos cien metros. Se sonrosaron sus rostros cuando llegue a su altura y las miré con intención de decir, hola o buenas tardes y, se adelantaron ellas con un, ¡hola! a dos voces, en diferentes tonos pero afinadas; mientras sonreían al notar que no les reprochaba su natural curiosidad.

Cuando un ser humano se encuentra en un pozo tan profundo y negro como este en el que he caído hace años. Cuando un humano ha de hacer a diario un esfuerzo que le sobrepasa para salir a la superficie y dejar que la luz del sol le abrase los ojos hasta hacer salir unas pequeñas lágrimas protectoras; cualquier palabra, cualquier gesto amable le parece un regalo inmerecido y como tal lo agarra e intenta retenerlo el mayor tiempo posible. Esos pequeñas recompensas son las que seguramente me harán salir mañana.

Después, al final del camino, ya en la puerta de mi guarida; no quiero llamarla prisión porque yo si he conocido la verdadera prisión y aunque aún no sea un hombre tan libre como me gustaría ahora mismo mi guarida no merece ese nombre. Pero en muchas ocasiones, cuando llego de vuelta después de un largo paseo, y me detengo a frente al porche, siento que estoy volviendo a la cárcel después de una salida al campo. Pero hoy otro regalo me esperaba.
Durante los últimos pasos, sentí que otros pasos se acercaban a mi espalda. No volví la cabeza porque sabía que en pocos segundos me adelantaría, no sólo porque yo estaba al final del camino y me detendría, sino porque siempre me adelantan. Era una de mis vecinas. Una mujer que nació en el norte de áfrica, probablemente de origen “amazig” a juzgar por el color de su piel y la estructura de su cráneo. Creí que, como en otras tantas ocasiones me saludaría fugazmente, yo respondería a su saludo en árabe o en español y ella seguiría su camino.
Pero no. Hoy ocurrió otro milagro y de entre los dioses conocidos, supongo que Allah el Misericordioso, quiso que una mujer musulmana se detuviese a hablar con un hombre cada día más gnóstico. La conversación fue muy variada, hablamos sobre lo bonito que sería que ni ella ni yo estuviésemos allí en aquel momento, sino en en lugar donde nacimos, rodeados de los más antiguos de la familia y cerca de donde reposan los restos de nuestros antepasados.
Lamento perderla como vecina y así se lo dije. Curiosamente, pareció sorprenderle que yo afirmase aquello y que además lo hiciese de forma sincera. Me miró durante unos segundos y después intentó consolarme asegurándome que aún quedaba mucho porque antes tenían que vender la casa. Es cierto, no conocía nada de mi y le sorprendía que prefiriera tener como vecinos a una familia musulmana que a cualquier otra que pueda ocupar su casa. Pero lo que realmente me emocionó fue la capacidad de mi vecina para detectar la sinceridad y autenticidad de mis palabras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario