viernes, 21 de enero de 2011

"Ellas" y El Efecto Lucifer


El experimento de Philip Zimbardo se ralizó en 1979. Quizá por ello o porque buscaba una reproducción del entorno lo más real posible; en su anuncio y posterior selección, no incluyó mujeres. Y en cuanto apareció una mente femenina que observó el estudio desde fuera, forzó al ahora famoso profesor de la universidad de Satanford, a finalizar el experimento una semana antes de lo previsto. Inicialmente había previsto dos semanas y apenas duró una. Ella era su compañera, también de trabajo.

Esta parte del experimento que se detalla en el libro "El Efecto Lucifer" y que no hace mucho oí en boca del propio Zimbardo, es la que hoy me interesa. El resto lo he vivido a lo largo de los años que pasé en una prisión de un "estado democrático" y aún antes, en los internados en los que transcurrió mi vida hasta bien entrada la adolescencia. A pesar de lo cual, curiosamente, el recuerdo que retornaba a mi mente más tozudamente mientras leía el libro de Zimbardo, nada tenía que ver con funcionarios de prisiones. Y quiero contarlo porque si me marcó a mi que tantas cicatrices atesoro en el alma, seguro que algo hará sentir a otros, o al menos reflexionar.

He de decir, ante todo, que aún hoy, y ya han pasado más de quince años; aquella corta experiencia me empuja hacia la humildad en las pocas ocasiones en las que mi ego me hace creer que se suficiente sobre alguien, sólo con intercambiar un saludo. Trabajaba para un pequeño municipio de la costa en el que, por efecto del turismo, todos los veranos era necesario contratar a unos cuantos jóvenes que durante el verano ejercerían como auxiliares de la policía local. Las plazas eran pocas y los aspirantes muchos. Las presiones y recomendaciones no faltaban aunque sólo debíamos escoger personas idóneas para un "sencillo trabajo temporal" que posteriormente (y precisamente por el mal ejercicio) se reveló de una enorme importancia en un lugar muy visitado que quería seguir siéndolo. Era necesario dar la imagen de lo que realmente era: un pueblo marinero donde abundaba el buen marisco, docenas de playas estupendas y buena gente; encantada de recibir a tantos foráneos deseosos de probar lo antedicho.

Pues bien, todos los veranos nos equivocábamos estrepitosamente en la elección y cuanto más convencidos estábamos de haber escogido clones de Rick Deckard y Colombo; nos amanecían más pronto que tarde gemelos de Harry Calahan y Juez Dred. Todos los otoños prometíamos poner más cuidado el año siguiente pero nos volvíamos a equivocar. En las cenas semanales de otoño/invierno, haciendo balance del verano y las fiestas, nos reíamos de nosotros mismos, de nuestra incompetencia y del extraño efecto que el uniforme parecía ejercer sobre los elegidos. Si hubiésemos tenido a mano el libro de Zimbardo, no nos hubiésemos sentido tan culpables, tan inútiles por una labor que, tratándose de barrenderos, jardineros, secretarias, albañiles y demás personal municipal, nunca nos causaba problemas.

El último año conseguimos enmendarnos; seguíamos sin conocer los experimentos de Philip Zimbardo (yo no leí el libro hasta hace pocos años) y, sin embargo aplicamos un principio que se deriva del propio experimento aunque no lo mendiona. Contratamos sólo chicas... De todo aquello y de otras cosas que aprendí después al otro lado del alambre de espinos, surgió la necesidad de escribir esto que ahora pongo aquí. No había entonces necesidad como ahora de ser tan políticamente correcto. Lo escribí porque me pareció que aquella "revelación" nos había dado una solución y a algunos una lección (esos seguían justificando su machismo: para cuidar playas valen, ya veremos cuando tengan que meterse a solucionar una pelea.... y resultó que también en eso fueron mejores, con menos víctimas, siempre con menos violencia).

De todo aquello también aprendimos, amargamente, que las cárceles nunca podrán servir para lo que dice la Ley que deben servir: reinsertar a las personas en la sociedad. Si, porque este sistema que hemos construido no puede garantizar la seguridad de "nadie" y menos del ciudadano medio. Ningún sistema policial/judicial puede. Por eso se afanan tanto en demostrar su eficacia en "lo posterior". En el castigo de los presuntos culpables y culpables vuelca el sistema toda su rabia, toda su ineficacia, toda su frustración. Y es precisamente aquí, en este nuevo fracaso, donde la falacia penitenciaria muestra sus vergüenzas. La pantalla judicial su impotencia y todos ellos, agentes del sistema, su sumisión al gobierno de turno.

Deberían saber que la violencia no sirve para combatir el crimen. Puede que, como la democracia, sigan considerándola un mal menor... aún así, su ejercicio no debería impedir que se estudiasen seriamente otras alternativas y que muchos de los medios económicos empleados en represión se invirtiesen en educación...

Pero antes, por favor, habrá que resolver el tema de la educación. No podemos seguir, (amparándonos en el derecho de los padres a educar a sus hijos como quieran; que tampoco es cierto que la mayoría pueda escoger tanto ni se moleste en hacerlo) formando niños y niñas en entornos separados, con roles pretéritos que no nos dejan salir de este bucle en el que la violencia aflora sin necesidad de uniformes policiales. Aunque hay muchos tipos de uniformes y algunos están en el cerebro de las personas porque alguien lo quiso así.

Porque puede que la testosterona nos haya permitido sobrevivir en otros tiempos, pero es evidente que se ha quedado, como un viejo dictador agarrado a su poder biológico. Y los que enseñan conceptos machistas, aunque vayan ocultos en viejos libros y "sagradas" tradiciones; están dando un soporte cultural a algo que desgraciadamente no es más que una pesada herencia genética. Philip Zimbardo lo demostró en 1979.

A. V. de B.

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