Sonidos
para soñar o para sentir, para llorar, para reir... Siempre hay una
música que nos produce emociones tormentosas. Combinaciones de notas
musicales ejecutadas por manos y bocas expertas o virtuosas sobre
instrumentos de viento, cuerda, percusión; madera o metal, o sobre
las mismas cuerdas vocales (algunos dicen que sólo se trata de
matemáticas), que hacen que nuestras neuronas se independicen. Si,
que dejen lo que estaban haciendo (incluso si era una maniobra
depresiva o seudoautista) y se dediquen a “otra cosa”. Nos
apetezca o no; nos guste o no; y nos hagan creer que estamos alegres,
tristes, melancólicos, eufóricos o amenazados... También hay
músicas que introducen el miedo.
La
música es, además, una de las mejores formas de contar historias.
Es posible incluso contar toda la historia o el principio de los
tiempos dando a la música el protagonismo. J. R. R. Tolkien lo hizo
en sus maravillosas historias sobre La Tierra Media y en El Señor de
Los Anillos. Siendo muy joven leí sus libros; primero El Hobit y
después El Silmarillion uno en 1970 y el otro en 1979, y desde
entonces estoy convencido de que la síntesis que Tolkien hace de
“todos los mitos y leyendas que las religiones consideran sagradas
historias”, además de emocionante, es más creíble y fácil de
explicar que las convencionales.
Recuerdo
que cuando leía el primero de los cinco libros que componen El
Silmarillion: Ainulindalë (La Música de Los Ainur) pensaba en lo
bello que había dejado Tolkien El Génesis y cuanto menos traumático
hubiese sido que tanto cristianos, como judíos o musulmanes lo
hubiesen contado de la misma forma, al menos a los niños. Tanto el
Ainulindalë, como el Valaquenta son “neutrales”. No hablan de
“pecado, culpa, castigo, herencia del pecado, culpa, castigo y
vuelta a empezar”. Hablan de una música inspirada por Eru: el
único; Iluvatar: padre de todo; en los Ainur (como ángeles ¿?) y a
partir de la cual estos últimos deciden trabajar en la creación del
mundo conocido que respondía a la “visión” que en ellos causaba
la música cuando la interpretaban.
En esta
bellísima historia, la discordancia se produce en el principio (como
en el resto de las historias llamadas sagradas) y, se trata de unos
pocos acordes que en principio estaban destinados a embellecer aún
más la composición de los Ainur. Y como Eru no había dado
instrucciones de como tenía que ser la melodía, admitió la
discordancia, y la hizo suya como el resto de de la composición.
Después, resultó que este acto de “humildad” por parte de un
espíritu poderoso, acabó siendo una concesión probablemente
inmerecida. Pero es gracias a ella y a la libertad de creación y
expresión que representa, que pudieron suceder las cosas que
sobrevinieron y que acabaron por ser el difícil y equilibrado uso
del “libre albedrío”, como suelen denominarlo los otros libros
considerados sagrados.
Durante
toda esta semana he estado saliendo. No he escrito nada porque mis
pensamientos han venido siendo una especie de “bucle melancólico”;
o un bucle de programación informática. Algo como:
buen_animo_start()
{
if [
-x /usr/sbin/buen_animo ]; then
if !
ps axc | grep -q fuerza ; then
if
[ -r /etc/rc.d/rc.ganas_de_vivir ]; then
sh
/etc/rc.d/rc.modo_vivir start
sleep
1
else
echo
"FATAL: No puedo tener buen ánimo porque no encuentro fuerza
ni ganas de vivir, para poner en marcha el modo vida."
sleep
5
exit
1
fi
fi
echo
"Neuronas puestas en modo ganas_de_vivir, modo_vivir"
/usr/sbin/buen_animo
--daemon=yes
fi
}
No es
necesario que intentéis leer esta parte, aquellos que no estéis
familiarizados con algún lenguaje de programación. Lo he puesto ahí
como homenaje a un amigo, a un ex-compañero que dedicó algunos
meses que coincidimos en una prisión de Galicia (por cierto, de las
mejores entre las que he recorrido durante mi peregrinación y
condena), a hacerme comprender como hay que escribir las cosas para
que otros programas informáticos (también escritos por humanos. A
veces me parece increíble que esto pueda suceder) conviertan
(compilen) este guión de instrucciones, en otro guión que sólo
contendrá “unos y ceros” y que es el que realmente entienden y
ejecutan los ordenadores.
Durante
el tiempo que mi amigo me estuvo explicando como habían llegado los
hombres a entenderse con este tipo de máquinas. Como las habían
enseñado a entender las órdenes humanas y después a aprender las
ordenes humanas más comunes, incluso a hacer predicciones sobre lo
siguiente que los humanos iban a ordenarles y; más tarde a jugar con
los humanos. Hasta que aprendieron tanto que ahora, a alguna de estas
máquinas, es prácticamente imposible ganarles en muchos juegos
complicados de los que les enseñamos, como por ejemplo el ajedrez.
Yo nunca he conseguido pasar de aprendiz en el ajedrez.
Mi
amigo dice que en el asunto del ajedrez no hay ningún misterio. Se
trata de matemáticas, de cálculo de probabilidades y en eso hace
años que cualquier ordenador personal es más rápido que el humano
que lo usa. Cuanto más las máquinas especializadas a las que se les
ha enseñado a jugar, partiendo de las combinaciones usadas por los
mejores jugadores del mundo. A él no le parece inquietante que un
día esas máquinas lleguen a dominar el mundo... a mi si.
Recuerdo
que a veces hablábamos de todo aquello que ya controlan los
ordenadores y que podría pasar si dejasen de hacerlo. Distribución
de electricidad; cajeros automáticos y transacciones comerciales;
tráfico ferroviario; navegación marítima y aérea, redes de
satélites de posicionamiento y predicción meteorológica... los
propios coches que conducimos, cada día son menos gobernados por las
manos de los hombres...
y, él,
sonriendo siempre me decía: - “y aunque así fuese que ?, tu
supones que la falta de humanidad de las máquinas sería un desastre
para los humanos...”; pero en realidad, en algunos asuntos el
pragmatismo extremo de una máquina es más deseable que el embrollo
de emociones, prejuicios y calentones de la mente humana. Si a ti te
hubiese juzgado una máquina a la que se le hubiese introducido
exclusivamente el la Constitución Española, el Código Penal y la
Ley de Enjuiciamiento Criminal; no estarías aquí. Muchos de los que
están en la cárcel no estarían...
Nunca
te hubiese condenado. Porque una máquina que aplicase las leyes de
forma estricta, al llegar a la parte: “no se presentan pruebas
concluyentes que acrediten la culpabilidad del acusado en los hechos
que se le imputan” aplicaría el principio: “entonces
prevalece la presunción de inocencia”. Ninguna otra emoción,
ningún otro prejuicio del tipo: “no hemos podido encontrar
pruebas concluyentes, pero nosotros creemos que con las
circunstanciales es suficiente y que el acusado miente, entre otras
cosas porque es su derecho no decir nada que pueda usarse en su
contra; luego si puede mentir seguro que miente, por lo tanto le
condenamos aunque no haya pruebas y que intente apelar nuestra
decisión. Si otros jueces le dan la razón, nada hemos perdido y si
no se la dan, que se fastidie...”.
Me
gustaba pasar aquellos ratos con mi amigo hablando de ordenadores. Lo
de los ordenadores en realidad era una excusa para hablar de
cualquier cosa. Y así pasaban los días, porque como dejó dicho
Virgilio: “Sed
fugit interea, fugit irreparabile tempus, singula dum capti
circumvectamur amore”.
Yo le leí traducido al árabe y cuando lo traduzco a “mi
castellano” me sale algo como: “Pero
mientras tanto huye, huye el tiempo irremediablemente; mientras nos
demoramos atrapados por el amor hacia los detalles”,
Espero sea el sentido que debe tener la frase de Publio Marón.
Recuerdo
que pensaba: - Bien... si, el tiempo huye de todas formas, de forma
irremediable, es cierto. En un lugar como este es mejor para el
espíritu “perderlo o desperdiciarlo” en el amor de los pocos
detalles que aquí se pueden encontrar. El continente no puede ser
más feo (en lo arquitectónico), el contenido es un reflejo de la
sociedad con una mayor tendencia a la extrapolación por clases y con
un mayor porcentaje de “desgraciados”, de personas poco tocadas
por la suerte, de abandonados, de pobres y, otra proporción mucho
mayor de personas que no tuvieron acceso a la educación y/o a una
mínima cultura. Así que mientras pueda conseguir que el tiempo huya
mientras hablo con alguien para quien el latín es un viejo conocido
y no considera el árabe como un idioma de “putos moros de mierda”;
dejaremos que huya el tiempo. Ya bastante despacio transcurre por las
noches... el muy cabrón.