miércoles, 20 de julio de 2011

El Bucle: tempus fugit...


Sonidos para soñar o para sentir, para llorar, para reir... Siempre hay una música que nos produce emociones tormentosas. Combinaciones de notas musicales ejecutadas por manos y bocas expertas o virtuosas sobre instrumentos de viento, cuerda, percusión; madera o metal, o sobre las mismas cuerdas vocales (algunos dicen que sólo se trata de matemáticas), que hacen que nuestras neuronas se independicen. Si, que dejen lo que estaban haciendo (incluso si era una maniobra depresiva o seudoautista) y se dediquen a “otra cosa”. Nos apetezca o no; nos guste o no; y nos hagan creer que estamos alegres, tristes, melancólicos, eufóricos o amenazados... También hay músicas que introducen el miedo. 
La música es, además, una de las mejores formas de contar historias. Es posible incluso contar toda la historia o el principio de los tiempos dando a la música el protagonismo. J. R. R. Tolkien lo hizo en sus maravillosas historias sobre La Tierra Media y en El Señor de Los Anillos. Siendo muy joven leí sus libros; primero El Hobit y después El Silmarillion uno en 1970 y el otro en 1979, y desde entonces estoy convencido de que la síntesis que Tolkien hace de “todos los mitos y leyendas que las religiones consideran sagradas historias”, además de emocionante, es más creíble y fácil de explicar que las convencionales.
Recuerdo que cuando leía el primero de los cinco libros que componen El Silmarillion: Ainulindalë (La Música de Los Ainur) pensaba en lo bello que había dejado Tolkien El Génesis y cuanto menos traumático hubiese sido que tanto cristianos, como judíos o musulmanes lo hubiesen contado de la misma forma, al menos a los niños. Tanto el Ainulindalë, como el Valaquenta son “neutrales”. No hablan de “pecado, culpa, castigo, herencia del pecado, culpa, castigo y vuelta a empezar”. Hablan de una música inspirada por Eru: el único; Iluvatar: padre de todo; en los Ainur (como ángeles ¿?) y a partir de la cual estos últimos deciden trabajar en la creación del mundo conocido que respondía a la “visión” que en ellos causaba la música cuando la interpretaban.
En esta bellísima historia, la discordancia se produce en el principio (como en el resto de las historias llamadas sagradas) y, se trata de unos pocos acordes que en principio estaban destinados a embellecer aún más la composición de los Ainur. Y como Eru no había dado instrucciones de como tenía que ser la melodía, admitió la discordancia, y la hizo suya como el resto de de la composición. Después, resultó que este acto de “humildad” por parte de un espíritu poderoso, acabó siendo una concesión probablemente inmerecida. Pero es gracias a ella y a la libertad de creación y expresión que representa, que pudieron suceder las cosas que sobrevinieron y que acabaron por ser el difícil y equilibrado uso del “libre albedrío”, como suelen denominarlo los otros libros considerados sagrados.
Durante toda esta semana he estado saliendo. No he escrito nada porque mis pensamientos han venido siendo una especie de “bucle melancólico”; o un bucle de programación informática. Algo como:

buen_animo_start() {
if [ -x /usr/sbin/buen_animo ]; then
if ! ps axc | grep -q fuerza ; then
if [ -r /etc/rc.d/rc.ganas_de_vivir ]; then
sh /etc/rc.d/rc.modo_vivir start
sleep 1
else
echo "FATAL: No puedo tener buen ánimo porque no encuentro fuerza ni ganas de vivir, para poner en marcha el modo vida."
sleep 5
exit 1
fi
fi
echo "Neuronas puestas en modo ganas_de_vivir, modo_vivir"
/usr/sbin/buen_animo --daemon=yes
fi
}

No es necesario que intentéis leer esta parte, aquellos que no estéis familiarizados con algún lenguaje de programación. Lo he puesto ahí como homenaje a un amigo, a un ex-compañero que dedicó algunos meses que coincidimos en una prisión de Galicia (por cierto, de las mejores entre las que he recorrido durante mi peregrinación y condena), a hacerme comprender como hay que escribir las cosas para que otros programas informáticos (también escritos por humanos. A veces me parece increíble que esto pueda suceder) conviertan (compilen) este guión de instrucciones, en otro guión que sólo contendrá “unos y ceros” y que es el que realmente entienden y ejecutan los ordenadores.
Durante el tiempo que mi amigo me estuvo explicando como habían llegado los hombres a entenderse con este tipo de máquinas. Como las habían enseñado a entender las órdenes humanas y después a aprender las ordenes humanas más comunes, incluso a hacer predicciones sobre lo siguiente que los humanos iban a ordenarles y; más tarde a jugar con los humanos. Hasta que aprendieron tanto que ahora, a alguna de estas máquinas, es prácticamente imposible ganarles en muchos juegos complicados de los que les enseñamos, como por ejemplo el ajedrez. Yo nunca he conseguido pasar de aprendiz en el ajedrez.
Mi amigo dice que en el asunto del ajedrez no hay ningún misterio. Se trata de matemáticas, de cálculo de probabilidades y en eso hace años que cualquier ordenador personal es más rápido que el humano que lo usa. Cuanto más las máquinas especializadas a las que se les ha enseñado a jugar, partiendo de las combinaciones usadas por los mejores jugadores del mundo. A él no le parece inquietante que un día esas máquinas lleguen a dominar el mundo... a mi si.
Recuerdo que a veces hablábamos de todo aquello que ya controlan los ordenadores y que podría pasar si dejasen de hacerlo. Distribución de electricidad; cajeros automáticos y transacciones comerciales; tráfico ferroviario; navegación marítima y aérea, redes de satélites de posicionamiento y predicción meteorológica... los propios coches que conducimos, cada día son menos gobernados por las manos de los hombres...
y, él, sonriendo siempre me decía: - “y aunque así fuese que ?, tu supones que la falta de humanidad de las máquinas sería un desastre para los humanos...”; pero en realidad, en algunos asuntos el pragmatismo extremo de una máquina es más deseable que el embrollo de emociones, prejuicios y calentones de la mente humana. Si a ti te hubiese juzgado una máquina a la que se le hubiese introducido exclusivamente el la Constitución Española, el Código Penal y la Ley de Enjuiciamiento Criminal; no estarías aquí. Muchos de los que están en la cárcel no estarían...
Nunca te hubiese condenado. Porque una máquina que aplicase las leyes de forma estricta, al llegar a la parte: “no se presentan pruebas concluyentes que acrediten la culpabilidad del acusado en los hechos que se le imputan” aplicaría el principio: “entonces prevalece la presunción de inocencia”. Ninguna otra emoción, ningún otro prejuicio del tipo: “no hemos podido encontrar pruebas concluyentes, pero nosotros creemos que con las circunstanciales es suficiente y que el acusado miente, entre otras cosas porque es su derecho no decir nada que pueda usarse en su contra; luego si puede mentir seguro que miente, por lo tanto le condenamos aunque no haya pruebas y que intente apelar nuestra decisión. Si otros jueces le dan la razón, nada hemos perdido y si no se la dan, que se fastidie...”.
Me gustaba pasar aquellos ratos con mi amigo hablando de ordenadores. Lo de los ordenadores en realidad era una excusa para hablar de cualquier cosa. Y así pasaban los días, porque como dejó dicho Virgilio: “Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus, singula dum capti circumvectamur amore”. Yo le leí traducido al árabe y cuando lo traduzco a “mi castellano” me sale algo como: “Pero mientras tanto huye, huye el tiempo irremediablemente; mientras nos demoramos atrapados por el amor hacia los detalles”, Espero sea el sentido que debe tener la frase de Publio Marón.
Recuerdo que pensaba: - Bien... si, el tiempo huye de todas formas, de forma irremediable, es cierto. En un lugar como este es mejor para el espíritu “perderlo o desperdiciarlo” en el amor de los pocos detalles que aquí se pueden encontrar. El continente no puede ser más feo (en lo arquitectónico), el contenido es un reflejo de la sociedad con una mayor tendencia a la extrapolación por clases y con un mayor porcentaje de “desgraciados”, de personas poco tocadas por la suerte, de abandonados, de pobres y, otra proporción mucho mayor de personas que no tuvieron acceso a la educación y/o a una mínima cultura. Así que mientras pueda conseguir que el tiempo huya mientras hablo con alguien para quien el latín es un viejo conocido y no considera el árabe como un idioma de “putos moros de mierda”; dejaremos que huya el tiempo. Ya bastante despacio transcurre por las noches... el muy cabrón.

domingo, 3 de julio de 2011

Quizá no despertar mañana...


Ayer no tuve tiempo ni ganas de escribir, entre otras cosas porque ni siquiera salí a pasear. Se que no es bueno el sedentarismo pero la verdad es que el día anterior caminé demasiado y aunque hice un alto en el trayecto para escuchar a las palmeras, llegue realmente cansado. Definitivamente he de encontrar un equilibrio entre caminar a diario para mantener la forma en lo posible y esos largos paseos que tanto me fatigan. A veces para estar cerca de otros humanos, camino demasiado tramo cuesta abajo y olvido que después he de subir todo lo que antes baje. Después de tantos años donde las únicas cuestas eran siempre escaleras, el cuerpo se acostumbra a caminar sobre el llano.
Hoy si salí; quería comprar un poco de pan recién hecho. Me gusta comprar el pan calentito. En este desierto no hacen buen pan pero de entre lo malo y lo mediocre prefiero desplazarme un poco más hasta las panaderías (por aquí son tan escasas como los mochuelos) antes que comprar el pan pre-cocido que recuecen y venden en casi todos las tiendas medio grandes con muchos productos para extranjeros.
Hoy si vi a "perro" estaba entretenido con otros chuchos un poco más alejado de su portal (en su casa están de obras), olfateando todas las esquinas y renovando sus marcas de olor. Marcando su territorio. Otra cosa que tenemos en común, a mi también me gusta orinar sobre la tierra, al aire libre. No para marcar el territorio sino para fertilizar la tierra y sentirme útil y libre. Nos saludamos como vecinos desganados, apenas con la mirada y seguí mi camino.
Durante el trayecto hasta la panadería no hice otra cosa que pedir a Allah de todas las formas que conozco y por todos sus nombres que pusiera el brillo de las estrellas sobre mi alma. Que enviase a una Maia para señalarme el camino que debo seguir ahora que he recuperado una parte de mi vida; porque solo, (en todas las acepciones posibles de la palabra) no encuentro fuerzas para resurgir de los escombros de mi vida, de mi soledad. Y en el camino de vuelta a la guarida, hice otro tanto. No puede evitarlo.
Se que El Misericordioso estará seguramente muy ocupado en otras cosas, probablemente en esté incluso en otra era y sobre todo se, porque tengo ojos en la cara y oídos a los lados del cráneo, que hay muchos humanos que tienen más necesidades que yo. Por eso siento altas dosis de vergüenza cuando le pido algo. Pero hoy no pude evitarlo. Porque estaba más desesperado que otros días y quería alejar un pensamiento que se negaba a abandonar mi mente: “si fuese posible, elegiría no despertar mañana...”. Comencé creándolo como una especie de melodía; como el título de algo que debía escribir hoy y terminó siendo una salmodia que mis neuronas recitaban con demasiado convencimiento.
No es la primera vez que pienso en no despertar mañana. Desde antes del día en que pude levantarme de nuevo entre las ruinas de mis vidas anteriores, ha pasado ante mis ojos como una marquesina luminosa en muchas ocasiones. Incluso he llegado a verla en los enormes luminosos de algunos edificios. Como un gran spot publicitario de aquellos que salían el película Blade Runner, que tanto me sigue gustando: “Coca-Cola; elija no despertar mañana”.
Un pensamiento demasiado lógico pero demasiado recurrente incluso para alguien tan desesperado como yo. “Ten cuidado con lo que deseas, porque podría hacerse realidad, recuerdo haber leído hace años. Y en cualquier dirección o sentido que se estudie o se reflexione sobre la frase. Siempre resulta una advertencia, un aviso para navegantes sobre el poder de los deseos, los caprichos del destino y las coincidencias que veces pueden parecerse demasiado a profecías cumplidas.
Ayer leí algo que estremeció un poco los cimientos de mi ya de por si débil estructura física y mental; algo que según escribe y argumenta desde su sabiduría y experiencia en las cosas de la mente (el pensamiento y las emociones) Antonio Damasio, en su libro “Looking for Spinoza”; son la misma cosa. “Terry Pratchett comienza el proceso legal para quitarse la vida. Al parecer el genial escritor padece una variedad “prematura” del mal de Alzheimer desde diciembre de 2007. Él mismo lo anunció en esos días cuando había vivido 60 años. La muerte siempre es prematura.
Ahora, mientras escucho la música escrita por Ludovico Einaudi; en concreto el tema “Melodía Africana”. Ya no deseo no despertar mañana tanto como esta tarde y muchas tardes desde hace demasiado tiempo. Algunas mañanas de finales del año pasado, cuando despertaba al amanecer en aquel lugar tan apartado de todo lo que es deseable; tan lejos de cualquier sentimiento, pero sobre todo, tan lejos del amor. Me sorprendía y me extrañaba estar de nuevo allí, frotándome los ojos. Tal había sido la intensidad con la que había formulado “el deseo” la noche anterior que no hallaba explicación para que no se hubiese cumplido.
No por la música de Einaudi, que merece mucho reconocimiento pero no precisamente por inducir al baile y la alegría desbocada. Esta música no entra en los repertorios de ningún pub o discoteca. A mi me sirve como “un paisaje alrededor de mi alma” mientras leo o escribo. Es como sentarse en un silla en medio del desierto o en el pasillo de un zoco y ver pasar la nada o el mundo entero mientras el pensamiento se renueva y voy reparando en los detalles que no recordaba haber visto la última vez que esta música penetró por mis oídos hasta mi alma, que según la ciencia está muy cerca.
No, no fue por la música. Fue porque en el camino de vuelta a la guarida dos niñas me saludaron sonrientes. No eran las mismas del otro día, estas eran un poco mayores, quizá 13 o 14 años y si, el acento era el mismo: español aprendido en casa al mismo tiempo que el alemán. Se exactamente por qué me saludaron. Llevaban observando mi forma de caminar, mi indumentaria y en general mi aspecto terriblemente ecléctico. Soy terriblemente ecléctico y no me cuesta mucho decidirme por algo, por alguien o un destino concreto; pero me resulta mucho más gratificante decidir seguir siendo ecléctico.
Y entonces cundo llegue a su altura, estaban jugando entre el porche y la ancha acera, se percataron de que aunque mi forma de caminar me obliga a mirar bien donde pongo los pies y parece que deambulo mirando al suelo; yo era plenamente consciente de que llevaban hablando de mi desde que había doblado la esquina de la calle, hacía más o menos cien metros. Se sonrosaron sus rostros cuando llegue a su altura y las miré con intención de decir, hola o buenas tardes y, se adelantaron ellas con un, ¡hola! a dos voces, en diferentes tonos pero afinadas; mientras sonreían al notar que no les reprochaba su natural curiosidad.

Cuando un ser humano se encuentra en un pozo tan profundo y negro como este en el que he caído hace años. Cuando un humano ha de hacer a diario un esfuerzo que le sobrepasa para salir a la superficie y dejar que la luz del sol le abrase los ojos hasta hacer salir unas pequeñas lágrimas protectoras; cualquier palabra, cualquier gesto amable le parece un regalo inmerecido y como tal lo agarra e intenta retenerlo el mayor tiempo posible. Esos pequeñas recompensas son las que seguramente me harán salir mañana.

Después, al final del camino, ya en la puerta de mi guarida; no quiero llamarla prisión porque yo si he conocido la verdadera prisión y aunque aún no sea un hombre tan libre como me gustaría ahora mismo mi guarida no merece ese nombre. Pero en muchas ocasiones, cuando llego de vuelta después de un largo paseo, y me detengo a frente al porche, siento que estoy volviendo a la cárcel después de una salida al campo. Pero hoy otro regalo me esperaba.
Durante los últimos pasos, sentí que otros pasos se acercaban a mi espalda. No volví la cabeza porque sabía que en pocos segundos me adelantaría, no sólo porque yo estaba al final del camino y me detendría, sino porque siempre me adelantan. Era una de mis vecinas. Una mujer que nació en el norte de áfrica, probablemente de origen “amazig” a juzgar por el color de su piel y la estructura de su cráneo. Creí que, como en otras tantas ocasiones me saludaría fugazmente, yo respondería a su saludo en árabe o en español y ella seguiría su camino.
Pero no. Hoy ocurrió otro milagro y de entre los dioses conocidos, supongo que Allah el Misericordioso, quiso que una mujer musulmana se detuviese a hablar con un hombre cada día más gnóstico. La conversación fue muy variada, hablamos sobre lo bonito que sería que ni ella ni yo estuviésemos allí en aquel momento, sino en en lugar donde nacimos, rodeados de los más antiguos de la familia y cerca de donde reposan los restos de nuestros antepasados.
Lamento perderla como vecina y así se lo dije. Curiosamente, pareció sorprenderle que yo afirmase aquello y que además lo hiciese de forma sincera. Me miró durante unos segundos y después intentó consolarme asegurándome que aún quedaba mucho porque antes tenían que vender la casa. Es cierto, no conocía nada de mi y le sorprendía que prefiriera tener como vecinos a una familia musulmana que a cualquier otra que pueda ocupar su casa. Pero lo que realmente me emocionó fue la capacidad de mi vecina para detectar la sinceridad y autenticidad de mis palabras.

sábado, 2 de julio de 2011

El lamento de las palmeras...


       Hoy me obligue una vez más a salir. A dejar que el viento meta en mis pulmones la esencia del Sahara. No vi a “perro” y la verdad es que casi me alegré porque después de lo que pasó la última vez que nos vimos, no tenía ganas de verle. Cuando discutimos con alguien (aunque sea un perro) no queremos volver a verle, al menos durante el tiempo que creemos estar odiándole. Yo sé que no odio a “perro”, pero me molestó que me mostrara mis propias contradicciones y la facilidad que tenemos para aconsejar a otros aquello que no hacemos por nosotros mismos.
       Me detuve como siempre antes de cruzar la calle y mientras se acababa el cigarrillo que habían encendido en el porche de mi guarida, diseñé el recorrido que iba a hacer, al menos el inicial (algunos días introduzco variaciones sobre la marcha). Hoy he ido contando las flores de los hibiscus. Ayer sólo había una de color rojo, completamente abierta. Hoy ya no estaba, supongo que alguien la habrá cogido para adornar su pelo o su casa. No importa, los capullos a punto de eclosionar son bastantes  y pronto los veintitrés tallos mezclarán en diferentes porcentajes el color de las flores con el verde de las hojas, que un año más están llenas de larvas de la mariposa Chionodes hibiscella que también eclosionarán al principio del verano.
       Este año está siendo muy poco amable con los hibiscus, por las mañanas está nublado casi a diario y las temperaturas son más bajas y por eso todavía no han florecido a pesar de que la primavera está a punto de abandonarnos. Las buganvilias, sin embargo, parecen no haber notado la diferencia y ya llevan más de un mes cargadas de pétalos multicolores. Debe ser porque las buganvilias a diferencia de los hibiscus, tienen espinas puntiagudas y son capaces de enroscarse a cualquier estructura, incluso de trepar por los muros. Me gustan las flores de esta trepadora y su engañosa fragilidad. La fragilidad casi siempre es engañosa.
       Pero hoy mi cita era con las palmeras. Cuando el viento sopla un poco más fuerte que de costumbre, como hoy, las palmeras se sienten más comunicativas. Con más ganas de hablar. Así que esta tarde era ideal. Las palmeras, como los hombres vulgares, hablan de cosas vulgares. Pero aquí viven muchas clases de palmeras llegadas de lugares muy lejanos, algunas hace muchos años.
       Escuché a dos de esas que tienen las ramas como si fuesen grandes abanicos por encima de una melena marrón que van formando las más viejas ante el vigor de las jóvenes.
- yo estoy aquí desde antes que empezaran a construir esos horrorosos hoteles que ya no me dejan ver el mar y apenas me dejan llegar su aroma. - Lamentaba la más alta de todas.
- A mi lo que más me molesta es este asfalto que han puesto tan cerca de mi tallo; pero dentro de un par de meses lo habré levantado. - Presumía una más joven.
- Ten cuidado no vayas a mover los cimientos del muro de esa urbanización, si lo haces te decapitarán. Mira aquellas dos del principio del paseo, las cortaron a poco más de un metro del suelo haca un par de años. - instintivamente dirigí la mirada hacia aquellos dos troncos cercenados en los que no había reparado a pesar de pasar a su lado casi a diario.
- Lo tendré, aunque algunas raíces he de extender también hacia ese lado o el viento acabará inclinándome y eso también es motivo de decapitación. Tu tienes suerte de haber llegado en los buenos tiempos.
- Si, yo sujeté ya todas las raíces fundamentales antes de que los hombres decidiesen construir aquí sus feas casas.
- No te quejes, estas no son de las más feas. Unas semillas que llegaron el pasado lunes dicen que el lugar de donde vienen es mucho peor. Lleno de perros que constantemente orinan en la base de sus troncos, de niños que se suben hasta sus ramas y se cuelgan de ellas y mucho plástico alrededor. - en ese momento recordé que algunos días aprovecho el paseo para sacar la bolsa de basura y ponerla en el contenedor y ayer mismo, recogí dos latas de bebida energética (de esas que parecen balas, o supositorios, según se mire), un paquete de tabaco vacío y dos bolsas de snacks también vacías. Porque no soporto la suciedad, ni que la gente abandone sus restos en la tierra donde crecen los hibiscus.
- Tu si. Te he visto hacerlo muchas veces, pero la mayoría pasan y hacen como que no ven los residuos por no agacharse a cogerlos para tirarlos en el próximo contenedor. - ¡Me lo decía a mí! rara vez las palmeras se dirigen a un humano y mucho menos responden a sus preguntas o dejan que entre en su conversación. Así que decidí probar suerte con la que me había hablado.
- Y tu de donde viniste hace tantos años ? - pregunté.
- Yo no vine; yo nací aquí pero si te refieres al origen de mis antepasadas. Llegaron de Túnez hace cientos de años.
- Las trajeron los barcos que se aprovisionaban aquí de camino o de vuelta a Las Américas. - Pregunté.
- No. Llegaron mucho antes de eso que dices, incluso antes que que hubiese barcos haciendo esas rutas. Las semillas llegaron con la arena del Sahara. Las trajo el viento y supongo que llegarían al gran desierto desde Túnez de una forma parecida, aunque eso no puedo asegurártelo. Han pasado tantos años.
- Las cosas no van bien por la tierra de tus antepasadas - dije, y no sé por qué lo dije.
- Siempre fue un lugar muy agitado y convulso. Mis abuelas hablaban de ello. Los hombres no hacen sino pelearse entre ellos, es lo mejor que saben hacer. A pesar de ello, allí mis antepasadas eran mucho más respetadas que aquí. Se las cuidaba, se las mimaba y se hacían sombreros, cuencos y muchos otros utensilios con sus ramas viejas.
- Y eso reconfortaba a tus antepasadas ? - pregunté.
- A ti no te gustaría seguir sirviendo para algo aún después de haberte dormido definitivamente ? O acaso crees que la resurrección o la reencarnación consiste en otra cosa ?
- A mi la verdad es que me gustaría ser útil antes de morir y no creo en ningún tipo de resurrección o reencarnación de las que venden algunos comerciantes del espíritu. Siempre creí que la única resurrección estaba en los hijos, en legar una parte del ADN.
- Los hijos no son la resurrección de nada, son entes que deben independizarse y ser diferentes a sus padres. Y la reencarnación no sólo es posible, es continua. Cuando seas polvo, otra vez, algún tipo de vida surgirá de nuevo de ese polvo y aunque no recuerde con exactitud en que vida estuvo antes, siempre, en algún lugar de su espíritu genético quedará algo de sus anteriores vidas.
- Vaya... yo creo, sin embargo, que lo de la independencia de los hijos es una forma de “individualismo impuesto” por esta casta de comerciantes que nos gobierna en la sombra desde hace muchos años. Desde que descubrieron la forma de hacerlo.
- No crees que sea una ley de vida ?
- No. Creo que los hijos han de seguir en la casa donde nacieron; seguir allí cuando sus abuelos y sus padres mueran; tener allí a sus propios hijos y vivir en la tierra en la que nacieron nutriéndose de ella y de sus frutos.
- Hablas como si tu espíritu fuese vegetal. ¡Ves! quizá en otras vidas anteriores fuiste un arbusto o un árbol. Si, tu tienes más pinta de haber sido árbol. Miras desde arriba...
- Quizá. Pero es lo que creo. Esto de que los jóvenes se vayan del hogar en el que nacieron para formar el suyo propio (odio el sentimiento de propiedad, cada día lo odio más); me parece un invento que sólo beneficia a los comerciantes y usureros. Cada hogar necesita nuevas cosas y ellos viven de esas necesidades. No, definitivamente no me gusta este modelo de sociedad individualista en la que nadie ayuda a nadie. Tantos grupos pequeños y tan divididos sólo pueden ser útiles a aquellos que pretenden mantenerlos controlados y esclavizados.
- Como las hormigas ? Todo, hasta la vida por la comunidad ? Esa es tu filosofía ? Eres comunista ?
- No, no, no... soy práctico y un poco anti capitalista, Hablo de grandes familias viviendo en el mismo espacio, compartiendo los recursos. El comunismo cercena la libertad de pensamiento y esa es la única libertad, la única independencia verdaderamente importante. La libertad no consiste en poder moverse de un lado a otro. Tu deberías saberlo bien. La independencia consiste precisamente en el hecho de que; pudiendo ser independiente se escoge compartir porque es beneficioso para todos. Entiendes ? La cerveza se puede elaborar en casa (si todavía viviésemos en casas de verdad en lugar de en latas de sardinas). ¿A quien le interesa que la gente no haga esto y la compre en botes de un tercio de litro ?
- Entiendo lo que quieres decir. Compartir. Unir en lugar de dividir. Si, no estaría mal regresar un poco a esa filosofía.